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Maduro y Trinidad disparan a matar

Las historias de Somalia y Venezuela parecieran cruzarse en un mismo horizonte. Pese a la distancia geográfica, son muchos los paralelismos que comparten ambas naciones, no solo en materia de pobreza, crimen organizado y migración, sino principalmente en relatos que encarnan el dolor y sufrimiento de un pueblo.

“Nadie sube a sus hijos a una balsa a menos que el agua sea más segura que la tierra”, con estas palabras Warsan Shire, refugiada de Somalia, describió el dolor que viven quienes deciden abandonar sus raíces para buscar un refugio del horror, la miseria y la violencia que aplican quienes gobiernan Estados fallidos.

Resulta difícil pronunciar la frase de Shire y no pensar en los miles de venezolanos que huyen a diario del país buscando un mejor futuro, resulta casi imposible pronunciar este doloroso fragmento y no pensar en Darielvis Sarabia, la madre del bebé venezolano que perdió la vida, luego de que miembros de la Guardia Costera de Trinidad y Tobago disparara contra una embarcación que trasladaban migrantes venezolanos hacia la isla. Sin lugar a dudas, este hecho enlutó a toda Venezuela, y es que cómo no hacerlo, si un gobierno aliado de la dictadura de Maduro arremetió salvajemente contra venezolanos inocentes, indefensos y hambrientos, sin medir las consecuencias ni pensar en ese principio del uso proporcional de la fuerza. El comportamiento de Trinidad y Tobago contrasta con el de Colombia, país con el que estaremos infinitamente agradecidos, pues ha recibido a casi dos millones de migrantes venezolanos y los ha acogido con solidaridad y sentido de hermandad al otorgarles un Estatuto Temporal de Protección.

La historia de Darielvis es el reflejo de la deshumanización que embarga a la familia venezolana, es el rostro palpable del daño antropológico ocasionado por Maduro, pero es también el espejo del alma noble y luchadora de una madre venezolana, que al ver que el abismo se aproxima busca opciones y alternativas para proteger a los suyos.

Pese a historias como estas, muchos siguen contemplando la crisis de Venezuela como un asunto político, sin percatarse que estamos frente a un drama humano de proporciones inéditas. Para percatarse de esto solamente hay que ver a nuestro alrededor, donde encontramos que venezolanos caminan hasta 2000 kilómetros para escapar del hambre y la represión que impone la dictadura. Otros como Darielvis se suben a embarcaciones que no cuentan con las condiciones de seguridad necesarias, otros se exponen a trochas o pasos irregulares que están controlados por mafias o grupos delictivos, otros son detenidos por autoridades fronterizas y encerrados en calabozos, otros prefieren vivir una vida de indigencia antes de regresar a nuestro país. Es una verdadera tragedia que ya concentra la astronómica cifra de 6 millones de personas, lo cual la acredita como la segunda crisis migratoria más grande del mundo, solo superada por Siria, un país en guerra. Y es una situación que está lejos de aminorarse, pues ni la pandemia ha podido frenarla, ya que en estos dos años al menos 1,7 millones de venezolanos tomaron la decisión de emigrar, a pesar de las restricciones de movilidad que impuso la actual crisis sanitaria.

No dejemos que esta calamidad que atravesamos los venezolanos se convierta en parte de nuestra cotidianidad. No permitamos que historias como las Darielvis y su hijo se hagan frecuentes y comunes frente a nuestros ojos. Normalizar las injusticias, así como relativizar el dolor, solo conllevará a mayor sufrimiento y abuso de los oprimidos; y a que, en algún momento, los que hoy son espectadores se conviertan en víctimas. Quiero ser enfático en que este drama solo tendrá su capítulo final cuando cese la dictadura en Venezuela; y para lograr ese objetivo los venezolanos a lo interno, con el respaldo del mundo democrático, debemos reorganizar nuestra fuerza para retomar la presión dentro y fuera del país que nos conduzca al renacimiento de la democracia y con ello, el retorno de la libertad y dignidad para todos.

Publicado en www.elespectador.com