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Maduro, el delincuente que quiso escribir a Trump como estadista

La reciente descertificación de Bolivia, Perú, Colombia, Costa Rica y Venezuela en materia de lucha contra las drogas no es un gesto simbólico, sino la confirmación de que la región está perdiendo la guerra frente al crimen organizado. En algunos países, como Bolivia o Perú, el problema es de control; en otros, como Colombia o Costa Rica, se trata de retrocesos graves.

Pero en Venezuela la situación es distinta: allí no hablamos de fallas estatales, sino de captura del Estado por redes criminales. El llamado Cártel de los Soles no es conspiración: es la articulación directa del poder político con las peores mafias del planeta.

A este cuadro se suma la decisión de Estados Unidos de desplegar fuerzas navales en el Caribe, cerrando el cerco. Descertificación y fuerza militar no son movimientos aislados: son la presión irreversible que está provocando la fractura final de la dictadura de Nicolás Maduro y que abre paso a la única salida viable: la democracia arrebatada en las elecciones del 28 de julio.

Es en este contexto que Maduro ha escrito una carta a Donald Trump. Pocas veces un documento oficial ha retratado con tanta nitidez la debilidad de un hombre.

La torpeza de un argumento vacío

La carta comienza con un intento de defensa institucional: Maduro asegura que su gobierno «colabora con todos los organismos internacionales en la lucha contra el narcotráfico» y que los informes en su contra «carecen de fundamento». El problema es que repite esa idea sin una sola cifra, sin un solo ejemplo, sin un solo dato verificable. Como estudiante que improvisa frente a un examen, cree que llenar páginas de retórica puede sustituir la evidencia. Lo único que logra es demostrar su torpeza: quien tiene pruebas las muestra, quien no las tiene da rodeos.

Cuando el texto debería enfrentar de frente las acusaciones sobre el Cártel de los Soles, Maduro prefiere callar. No lo menciona, no lo rebate, no lo nombra. Apenas desliza que «algunos funcionarios pueden haber cometido excesos», como si el narcotráfico fuese una travesura de militares sueltos y no la política de Estado que hoy desangra a Venezuela. Es un silencio calculado, que revela más que cualquier confesión: la cobardía de un hombre incapaz de confrontar el delito que lo define.

Más adelante, el tono cambia y se vuelve casi melodramático. Maduro declara su «respeto a la grandeza del pueblo estadounidense» y su admiración por el liderazgo del presidente Trump. En lugar de hablar bravuconamente como hace todos los días, adopta el papel de adulador desesperado. No busca negociar de igual a igual, sino mendigar indulgencia. Ese pasaje es revelador: no habla un jefe de Estado, sino un súbdito que intenta congraciarse con quien percibe como juez y verdugo. El resultado es grotesco.

El retrato de un hombre solo

A lo largo de la carta, Maduro insiste en que su gobierno está «abierto al diálogo con todas las partes». Pero nunca dice cuáles partes, nunca menciona aliados, nunca ofrece una agenda de futuro. La frase se repite como un eco vacío, como si quisiera disimular su aislamiento. Es la confesión involuntaria de un hombre solo, sin estrategia ni proyecto, que se aferra a un diálogo inexistente para no admitir su derrota.

El clímax llega cuando Maduro intenta culpar a «enemigos externos» de la crisis venezolana, insinuando que su régimen es víctima de conspiraciones internacionales. El recurso es conocido: el malandro (criminal) de barrio que, sorprendido en flagrancia, señala a otro para salvarse. Así, Maduro acusa a terceros, inventa persecuciones y hasta pinta a su gobierno como mártir. Pero la comparación lo delata: no habla como estadista, sino como delincuente atrapado que busca a quién responsabilizar.

Si Maduro pretendía con esta misiva ganar oxígeno, lo único que logró fue exhibir su agotamiento. No hay en esas páginas un plan de futuro, ni una idea de gobierno, ni siquiera un gesto de firmeza. Hay excusas, adulaciones y silencios. En suma, la carta lo desnuda como lo que es: un hombre torpe, cobarde, servil y derrotado.

El tapón histórico

Maduro es, en esta hora, el tapón histórico que bloquea el porvenir de Venezuela. Su carta a Trump, más que un gesto político, es la confesión de un hombre aislado, confundido y derrotado. Una vez que ese obstáculo se retire, se abrirá no solo la transición democrática que nuestro pueblo votó el 28 de julio, sino una nueva etapa para toda Hispanoamérica. Porque la derrota del narcoestado en Caracas será también la derrota del crimen organizado que hoy amenaza a toda la región.