España, despierta
Transcurría el año 1988 y el presidente del Gobierno de España para el momento, Felipe González, se reunía en privado y de manera pública con los mandatarios centroamericanos Vinicio Cerezo, Oscar Arias y Daniel Ortega. El foco de las conversaciones no era otro sino cómo España podía contribuir al proceso de pacificación definitivo de Centroamérica. Era este el conflicto con mayor transcendencia en este lado del mundo y España cumplía un rol estelar; por ello, los primeros ministros de la Comunidad Europea fijaban sus opiniones y posiciones con base a lo que le reportaban desde Madrid. Era la diplomacia española la que marcaba la pauta con respecto a la política exterior de Europa hacia la región.
Lamentablemente, parecieran lejanos aquellos tiempos, la realidad que actualmente se asoma es diametralmente distinta en fondo y en forma. España ya no es la ventana de América Latina en Europa, pero tampoco es la ventana de Europa en América Latina. La pasividad, la falta de iniciativa, el abandono de la agenda iberoamericana, la conchupancia con regímenes antidemocráticos y la ideologización de las relaciones internacionales han hecho mella en el liderazgo de España en la región, relegando a Madrid a un papel secundario dentro de nuestra América y allanando el camino para que otros actores, con agendas antioccidentales, emerjan con mayor fuerza.
Siendo nuestra región un terreno que guarda una historia compartida con España es lo anterior un error de proporciones indescriptibles. El desarrollo de los últimos años de América Latina sería inexplicable sin el aporte de España, y el desarrollo de España también sería una entelequia sin el aporte de nuestra región. En los años 90 América Latina fue el fue el sueño de las empresas españolas, quienes encontraron al otro lado del Atlántico nuevos mercados que permitieron su crecimiento al punto de convertirse en trasnacionales. De allí se hizo común ver en nuestros países compañías de gran envergadura como Telefónica, Mapfre, Repsol, Ibex 35, BBVA, Grupo Santander, entre otros, que aportaron grandes volúmenes de capitales y empleos a nuestras pequeñas economías. Tanto, que entre 1993 y 2015 la inversión acumulada por las empresas españolas en la región superó los 207.000 millones de euros.
Pero los intereses españoles van más allá del orden económico. Millones de personas con nacionalidad española vive en este hemisferio. Con relación a este dato, vale la pena acotar que para el año 2016, se estimaba que miles de personas con orígenes españoles residían en Venezuela.
Cuando decimos que España ha abandonado su rol estelar en este lado del mundo, lo hacemos con conocimiento de causa. La crisis venezolana nos deja ver el debilitamiento de la diplomacia española. La destrucción social, económica y política causada por el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela ha inquietado muy poco a los gobiernos de la Moncloa, incluso en ocasiones han acortejado a miembros de esta dictadura acusada de crímenes de lesa humanidad con invitaciones a cumbres y eventos como si se tratase de un movimiento democrático y respetuoso de los DDHH. Sí…La España de tradición republicana que vivió en carne propia el horror totalitario bajo el fenómeno del franquismo, le ha sonreído a quienes han hecho de la tortura, el hambre y la persecución sus armas para acallar el sentimiento de cambio de un pueblo. Ni hablar de cómo España se ha convertido en el refugio de millones de dólares robados del erario venezolano, sin que esto haya despertado el más mínimo interés de las elites políticas y judiciales de Madrid. En fin, en lugar de tomar la iniciativa en la defensa de la democracia y los DDHH en Venezuela, y movilizar los esfuerzos europeos en pro de la consecución de este propósito, España se ha mantenido dormida, inerte, sonriente y mirando a un costado frente a un drama que va más allá de lo político; y que hoy concentra más de 6 millones de venezolanos refugiados en el mundo.
Este es un patrón que vemos repetirse en Cuba y Nicaragua. En La Habana, donde está instalada desde hace 60 años una maquinaria política que no solo asfixia los deseos de libertad del pueblo cubano, sino que exporta su franquicia dictatorial al resto de la región, reciben constantemente a las elites españolas que prometen nuevas inversiones que se transforman en oxígeno para quienes ostentan el poder. Y en Managua donde el dictador Daniel Ortega consumó uno de los fraudes electorales más gigantescos que haya conocido la humanidad, el gobierno español ni se enteró.
También ha sido lamentable el papel que ha desempeñado el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero en Venezuela, donde prácticamente se ha convertido en el principal maquillador de una dictadura. Un agente de Maduro que sin vergüenza alguna destina esfuerzos para tratar de convencer al mundo y a los venezolanos de validar negociaciones que solo conducen a la estabilización de un régimen dictatorial y no a la libertad de Venezuela. Sus operaciones de lobby en España y en Europa en general han tenido efecto en ciertos movimientos de corte progresista, quienes han sucumbido a falsos relatos que venden los conflictos de nuestra región como asuntos ideológicos, como si se tratase de enfrentamiento entre modelos políticos, y no de un drama humano ocasionado por la falta de libertades. Por otro lado, subyace Podemos, un fenómeno engendrado con dinero de Venezuela. Varios millones de dólares que, en lugar de utilizarse para mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo, se destinaron para la financiación del populismo en España.
Las líneas escritas en este artículo apuntan a despertar la conciencia de los líderes democráticos de España, para que comprendan la relación de interdependencia de América Latina y su país. La distancia entre estos dos mundos es invisible, no hay fronteras frente a las costumbres, tradiciones, lazos, historia y lengua que nos unen. España y América Latina son, más allá de las valoraciones históricas que uno u otro haga de sus orígenes, dos realidades que se necesitan la una con la otra. Por eso, lo decimos con fuerza: ¡España, despierta!