
El abogado de Maduro en la ONU
La reciente intervención de Gustavo Petro en la Asamblea General de las Naciones Unidas dejó más sombras que luces. En un escenario que debería servir para defender principios universales, el presidente colombiano optó por un discurso errático que, lejos de proyectar liderazgo, evidenció contradicciones y un uso calculado de la retórica.
Petro buscó presentarse como un estadista global, casi como un salvador del orden mundial, contrastándose con figuras como Donald Trump, quien en sus discursos en la ONU apelaba al nacionalismo y a la fuerza. Sin embargo, Petro, en lugar de defender valores democráticos, optó por un libreto de victimización hacia los narcotraficantes del Caribe, como si se tratara de sujetos abandonados por la humanidad en lugar de responsables de un negocio que ha sembrado muerte, corrupción y violencia en toda la región.
El presidente revistió su intervención de un tono moralista y mesiánico, pero en la práctica se dedicó a blanquear a dictadores como Nicolás Maduro, un sujeto que ni siquiera se atreve a pisar el recinto de Nueva York desde hace cinco años por temor a caer en manos de la justicia.
En ese mismo escenario, el vacío de la sala durante el discurso de Petro fue elocuente, recordando la desolación que dejó alguna vez la intervención de Delcy Rodríguez, la vicepresidenta venezolana, que también encontró poco eco a sus proclamas.
Además, su discurso trasnochado de “ellos y nosotros”, del “Aureliano” contra el “imperio”, ya no tiene ni fuerza ni seguidores. Esa retórica, anclada en un pasado romántico, pretende dividir al mundo entre el norte opresor y los pueblos oprimidos, cuando la realidad es otra: hoy la lucha es entre Occidente y la barbarie, entre el crimen organizado y la democracia, entre la libertad y el autoritarismo. Y en América, la principal expresión de esa barbarie no es otra que la Venezuela de Maduro, el régimen que Petro intenta legitimar a costa de los valores que dice defender.

La apuesta de Petro de erigirse como voz del sur global y contraparte del liderazgo estadounidense, en realidad, parece servir a intereses oscuros: relativizar dictaduras, cuestionar selectivamente a las democracias liberales y ofrecer indulgencia a quienes han pisoteado las libertades de sus pueblos.
Lo grave es que, mientras Petro se recrea en un discurso cargado de metáforas gastadas y posiciones ideológicas que nadie en el mundo libre se toma en serio, Colombia queda expuesta como un país sin rumbo en la política exterior, alineado más con los verdugos que con las víctimas, más cerca de los regímenes autoritarios que de las democracias que nos han abierto las puertas.
Petro no habló como presidente de una nación orgullosa de sus instituciones, sino como portavoz de una causa equivocada. Y ese error no es anecdótico: es un mensaje claro de hacia dónde pretende llevar este país.